Cartas
descubiertas por Salon muestran vínculos aún más profundos entre la prestigiosa
publicación literaria y un frente de propaganda de EE.UU.
The Paris Review,
la Guerra Fría y la CIA
Joel Whitney
Traducido del
inglés para Rebelión por Germán Leyens
En 1958, George
Plimpton, de la prestigiosa revista literaria The Paris Review, escribió a su
editor de París con una gran propuesta. El autor ruso Boris Pasternak acababa
de obtener el Premio Nobel. Pero bajo presión de los soviéticos –humillados porque
Doctor Zhivago se había sacado ilegalmente del país– lo rechazó. “El affaire
Pasternak ha causado tanta conmoción aquí”, escribió Plimpton desde la oficina
de la revista en Nueva York, “y es en sí mismo un asunto de tanta importancia
en la historia literaria que pensamos que Review debería contar de alguna
manera lo sucedido…” En su escrito para Nelson Aldrich, el editor de París,
Plimpton sugiere breves declaraciones de una “variedad de autores a los que se
pida un comentario. ¿Qué dice Sartre del asunto…? ¿Aragón, Neruda, Waugh? Aquí
[en Nueva York] tenemos a Niccolo Tucci… recogiendo declaraciones, sobre todo
de escritores que (como él mismo) son refugiados de la tiranía…” A continuación
Plimpton sugería que el Congreso por la Libertad de la Cultura, financiado en
gran parte y en secreto por la CIA, podría financiar folletos para ayudar a
publicitar el tema.
Paris Review ha
sido elogiada por la revista Time como la “pequeña revista más grande de la
historia”. En la celebración de su 200 edición esta primavera, los actuales
editores y miembros del consejo presentaron la lista de pesos pesados
literarios a cuyo lanzamiento contribuyó la publicación desde su primera
edición en 1953. Philip Roth, V. S. Naipaul, T.C. Boyle, Edward P. Jones y Rick
Moody publicaron sus primeras historias en Review; Jack Kerouac, Jim Carroll,
Jonathan Franzen y Jeffrey Eugenides presentaron importantes historias
tempranas en sus páginas. Pero como ha dicho a los entrevistadores Peter
Matthiessen, el fundador de la revista, a los entrevistadores –últimamente en
Penn State– la revista también comenzó como parte de su encubrimiento por la CIA.
La carta de
Plimpton sobre Pasternak es esencial, sin embargo, porque durante muchos años
un pequeño grupo de periodistas ha estado tratando de extraer más información
de Matthiessen sobre el papel hasta ahora desconocido de la CIA en Paris
Review, y muchos en particular se han preguntado lo que el legendario Plimpton
en persona sabía sobre los orígenes de la revista en la CIA. La historia de
Matthiessen no ha cambiado mucho desde que se reveló en un artículo del New
York Times en 1977. Pero el archivo de Review en la Biblioteca Morgan en
Manhattan –que hasta ahora se ha dejado fuera del debate en su mayor parte–
muestra una serie de vínculos con la CIA, de los que nunca se ha hablado, que
soslayan a Matthiessen o sobreviven a su cargo oficial en la Agencia. De hecho
una serie de editores, incluido Plimpton, cortejaron repetidamente sus vínculos
con el Congreso por la Libertad de la Cultura. Esos lazos comenzaron
modestamente –intercambios de anuncios, reimpresiones de entrevistas de Paris
Review en las revistas oficiales del Congreso– pero se reforzaron, incluyendo
lo que un editor describió como una “utilización conjunta” en el cual el
Congreso y Review se asociaban para compartir los gastos de estadía en París de
un editor y también para compartir entrevistas y otros contenidos editoriales.
En su vasto esfuerzo por superar a los soviéticos en logros culturales y
presentar escritos estadounidenses a influentes audiencias e intelectuales
europeos, es posible que el Congreso incluso haya sugerido algunas de las
famosas entrevistas de Paris Review. Todo lo cual significa que en los albores
de la era de golpes y nefastas conspiraciones de la CIA, la revista literaria
apolítica más celebrada de EE.UU. sirvió, en parte, como un arma encubierta
internacional de un poder intangible.
La
“armamentización” de la cultura comienza en Yale. El profesor Normal Holmes
Pearson es citado en el sitio en la web de Paris Review como el agente de
inteligencia que reclutó a Matthiessen (Yale College, 1950) en la CIA. Este hecho
puede explicar la sutil política cultural de la supuestamente apolítica Paris
Review. La carrera de Pearson es una mezcolanza de literatura y espionaje.
Amigo de la poeta modernista Hilda Doolittle (también conocida como “H.D.”
contrató a la hija de esta como secretaria. Luego ella se convirtió en la de su
asistente, el espantajo de la CIA James Jesus Angleton. Después de un ilustre
historial durante la Segunda Guerra Mundial en la Oficina de Servicios
Estratégicos, junto al fundador de la CIA, William Donovan, y el director de la
CIA, Allen Dulles, Pearson volvió a la vida académica para hacerse cargo del
nuevo programa de Estudios Estadounidenses de Yale.
¿Cómo se
relaciona el trabajo encubierto de propaganda o inteligencia con Estudios
Estadounidenses? Respuesta: Monomanía y Guerra Fría. Por ejemplo en una carta
del decano de Yale en esos días a su presidente:
De un estudio
semejante adquiriremos fuerzas, individualmente y como nación… fuerzas que
necesitamos mucho actualmente para enfrentar un mundo cambiante y en parte
hostil… Es un argumento… para el establecimiento de un fuerte programa de
Estudios Estadounidenses en Yale, que en muchos aspectos es nuestra universidad
más originaria… En la escena internacional es obvio que nuestro gobierno no ha sido
demasiado efectivo en la proclamación a Europa y Asia, como un arma en la
“guerra fría”, de los méritos de nuestro modo de pensar y de vivir… Hasta que
pongamos más vigor y convicción en nuestra propia causa… no es probable que
logremos convencer a los pueblos vacilantes del mundo de que tenemos algo
infinitamente mejor que el comunismo…
Los estudios
estadounidenses de Yale “serían ‘positivos’”, como ha escrito un académico, “no
como un asunto de predicar contra el comunismo, sino de la defensa de la alternativa
estadounidense”. Es donde entró en juego la CIA –llámese propaganda cultural o
guerra psicológica– y utilizaría medios “positivos” y “negativos”, celebrando
por una parte los logros culturales estadounidenses mientras atacaba las ideas
y políticas soviéticas por la otra. Es lo que hicieron las revistas literarias
creadas en ese período, incluida Paris Review
La necesidad de
propaganda cultural –una especie de Estudios Estadounidenses internacionales–
surgió de una reacción de EE.UU. ante la programación cultural soviética en
Europa Occidental posterior a la Segunda Guerra Mundial. Fue articulada en un
documento sin firma atribuido a George F. Kennan, considerado ampliamente como
el padre fundador de la “contención” estadounidense, así como del personal de
planificación política del Departamento de Estado y de los fundadores de la
CIA. Este pensamiento incitó eventualmente a la creación, bajo la nueva CIA, de
la Oficina de Coordinación Política, bajo la que emergió el Congreso por la
Libertad de la Cultura. Como ha escrito Frances Stonor Saunders en su
importante The Cultural Cold War (“La guerra fría cultural”):
En su clímax, el
Congreso por la Libertad de la Cultura tuvo oficinas en 35 países, empleó a
docenas de personas, publicó más de 20 prestigiosas revistas, realizó
exposiciones artísticas, tuvo un servicio de noticias y artículos de opinión,
organizó conferencias internacionales de alto perfil y recompensó a músicos y
artistas con premios y presentaciones públicas. Su misión era apartar a la intelectualidad
de Europa Occidental de su crónico marxismo y comunismo hacia una visión más
positiva del modo estadounidense.
Posteriormente se
expandió hacia Asia, África y Latinoamérica, y –según uno de sus impulsores–
fue “el único organismo… que logró hacer una mella anticomunista,
"antineutral", en los intelectuales de Europa y Asia”. Su origen en
la CIA se ocultó con éxito, pero los que trabajaban en su vasto aparato
conocían los rumores relacionados con sus orígenes, según un antiguo empleado.
Aunque esos
esfuerzos comenzaron con conferencias, pronto pasaron a la edición. En su
“Propuesta para una American Review”, Melvin Lasky argumentó a favor de la
creación de una revista para “apoyar los objetivos generales de la política de
EE.UU. en Alemania y Europa, ilustrando el trasfondo de ideas, actividad
espiritual, logros literarios e intelectuales en los que se inspira la
democracia estadounidense”. Como escribió Saunders, The American Review nació
en su lugar como Der Monat de Alemania. Su equivalente en Francia fue Preuves,
editada por François Bondy. En el Reino Unido, se llamó Encounter, editada por
el poeta Stephen Spender e Irving Kristol (reemplazado posteriormente por
Lasky). Todas, informó Saunders, fueron secretamente financiadas por el Congreso
por la Libertad de la Cultura. Encounter nació en una reunión de planificación
a la que asistieron Michael Josselson (quien dirigió secretamente el Congreso
por la Libertad de la Cultura durante la mayor parte de su vida), el compositor
Nicolas Nabokov (primo carnal de Vladimir) y del Reino Unido Christopher
Montague Woodhouse, agente de inteligencia británico. Encounter se lanzó
finalmente con un subsidio inicial de 40.000 dólares que llegó a través de
Julius Fleischman. El “heredero de levadura y ginebra” también sirvió como
principal “canal silencioso” del Congreso y le utilizaron para canalizar dinero
de la CIA hacia varias organizaciones y activos. Y Paris Review buscó su
patrocinio desde el principio.
“Estimado señor Fleischman”, escribió Peter Matthiessen
bajo membrete de Paris Review antes de la primera edición. “Le presentamos por
fin un prospecto de la excelente revista literaria que le mencioné en junio.
Creo sinceramente… que será el mejor trimestral literario desde Transition de
la era de Hemingway-Pound-Gertrude Stein”. Después solicitaba financiamiento y,
según Scott Sherman en The Nation, obtuvo 1.000 dólares de Fleischman. Cuando
se vio enfrentado a esa donación, Matthiessen dijo a Sherman que ciertamente
“enturbia” la imagen de los lazos de la CIA contenidos dentro de su breve
servicio. La siguiente propuesta de Matthiessen a Plimpton, hallada por Salon
en el archivo Morgan puede tener el mismo efecto.
En el invierno de
1953-54, Matthiessen escribe a Plimpton –que ya se ha convertido en la cara
pública de la revista y, en palabras de Matthiessen, su jefe “nominal”. Ofrece
a Plimpton una generosa financiación de 20.000 dólares de patrocinadores
anónimos a quienes había que convencer de que el dinero se podía utilizar para
colocar a Review, agobiada por problemas de finanzas y comunicación, en una
“base operativa eficiente”. Aludiendo a la publicación tardía de la edición más
reciente (Nº 4), lo que molestó a los anunciadores, pide a Plimpton que
considere cuidadosamente la oferta; probablemente requeriría que se volviera a
poner a cargo a Matthiessen ya que sería responsable del dinero. La suma de
20.000 dólares en 1953 es el equivalente a unos 170.000 dólares actuales.
En el documental
Doc, Plimpton admite que Matthiessen fundó Review como una fachada de la CIA.
Pero Plimpton dice que ninguno de los demás editores lo supo hasta los años
sesenta. Matthiessen lo confirmó en su entrevista en Penn State (y dice que
habría sido ilegal que les revelara la participación de la agencia). “Estuvo bien
después de la guerra. Era cuando comenzaba la CIA. Todavía no estaba
involucrada en asesinatos y todas las cosas sucias”, declara en Doc al
documentalista, Immy Humes. “Había tantos sujetos que se alistaban en la CIA.
Era lo que se hacía”. Matthiessen declinó varias solicitudes de Salon para
discutir sobre Paris Review y la CIA.
Pero supiera o no
Plimpton del trabajo de espía de su antiguo amigo, los vínculos de los demás
editores con la CIA a través del Congreso por la Libertad de la Cultura duraron
más allá del asesinato de John F. Kennedy y la preparación de la entrada de
EE.UU. en la Guerra de Vietnam. Nelson Aldrich, que comenzó como editor de
Review en 1958, escribe en su historia oral de Plimpton: “George, siendo
George”, que abandonó Review para sumarse al Congreso por la Libertad de la
Cultura. De las cartas de Morgan, es evidente que su trabajo para las dos
organizaciones lo acercó, y cuando abandonó Review en 1961, ayudó a asegurar
que trabajaría con el Congreso.
Robert Silvers
–posteriormente fundador de New York Review of Books – escribe Plimpton en
1956, buscó “con avaricia” que las revistas del Congreso reprodujeran la
entrevista de Paris Review a William Faulkner. Silvers señala, sin embargo, que
se puso en contacto una vez con el Congreso por la ampliación del círculo de
lectores y que no tenía la menor idea de si el dinero que recibía Review los
tomaría el entrevistador, Jean Stein, o Review. “Quisiera dejar claro que
durante esos años en París, no tenía ninguna idea del financiamiento del
Congreso por parte de la CIA o del gobierno de EE.UU., agregó por email.
Paris Review ya
dominaba el arte altamente rentable de vender entrevistas para tiradas aparte
en revistas afiliadas al Congreso cuando tuvo lugar la entrevista de Plimpton a
Ernest Hemingway. Comenzada en 1954 pero no publicada hasta 1958 en la edición
Nº 18. En los años de su planificación, Plimpton incluso sugirió toda una
edición sobre Hemingway, pero Matthiessen presionó por su misión central de
lanzar nuevos escritores. A pesar de todo, antes de que apareciera, las
revistas del Congreso ya tenían sus propias intenciones. “Lasky irá a París uno
de estos días”, escribe Aldrich, “y le daré la entrevista H. siguiendo las
instrucciones. Si eso no funciona, ya he oído expresiones de interés de
revistas en los países de nuestros aliados del Eje… En breve, creo que no
tendremos muchos problemas en la venta de Papa”. Melvin Lasky, una de las
creaciones de las revistas del Congreso, pasó ese año de editar Der Monat a
Encounter. Son las revistas de la CIA en Alemania y Japón –Der Monat y Jiyu– y
su interés en una entrevista preparada desde hace tiempo con un importante
autor estadounidense –además “muy original”– habría servido, por supuesto, para
propaganda cultural (lo que Joseph Nye llamaría más adelante “poder
intangible”).
Las ventas
fueron, evidentemente, bastante buenas para la edición 18. Aldrich escribe a
Plimpton y Silvers: “¿Cuál será la circulación de esta edición? Tal vez podamos
sacar mil ejemplares, aunque puede que sea demasiado optimista. Tal vez USIS
repita su generosidad y compre algunos cientos de copias, pero lo dudo. (¿Les
dije que ya han comprado 460 copias del Nº 17 y tomado 10 suscripciones?) En la
medida de lo posible, esta información debe permanecer secreta; tiemblo cuando
pienso que el Congreso pueda descubrir algo semejante”, USIS (El Servicio de
Información de EE.UU. es el nombre en el exterior de la Agencia de Información
de EE.UU., fundada por el presidente Dwight Eisenhower en 1953 con propósitos
de propaganda. Esta carta muestra que algunos en Paris Review reconocían al
USIS como fachada de propaganda gubernamental. El Congreso lo desaprobaría
porque financiar una revista con una oficina en Nueva York, distribuida en
EE.UU., era involucrarse en propaganda hacia el público estadounidense, lo que
era ilegal.
Junto con su
trabajo en la venta de reproducciones de la gran entrevista con Hemingway,
Aldrich aprovecha la gran propuesta de Pasternak. Su entusiasmo corresponde al
sentido del evento de Plimpton como importante en la “historia literaria”.
“¡Qué maravillosa hazaña será! Pienso en inmensas campañas internacionales de
correo, montones de publicidad”. En este período, los escritores anticomunistas
lograrán participar en cartas editoriales, así como en las páginas de Paris
Review. Y, como en la edición 18, Oscuridad al mediodía del autor húngaro
Arthur Koestler, una crítica de la política y la vida soviética, también fue
subvencionada por el oficialismo: El
Foreign Office británico compró 50.000 copias. De gira con su libro,
Koestler viajó a EE.UU., donde llamó a los radicales estadounidenses a “crecer”
y así generó una idea en la CIA que definió su financiamiento propagandístico:
¿Quién puede luchar mejor contra los comunistas que los excomunistas? En las
cartas de Morgan, Aldrich también propone una entrevista a Koestler.
Las recompensas
comienzan a multiplicarse –recompensas financieras directas por difundir a
grandes estadounidenses y comunistas perseguidos como Pasternak– pero también
publicidad gratuita. Gracias “a la gentileza de François Bondy de Preuves”,
escribe Aldrich, “Review ha sido ampliamente elogiada en Der Tagesspiegel y en
un periódico suizo… ambos… (casi) tan leídos como el New York Times. También
hemos obtenido una reseña más breve pero igualmente lisonjera en Preuves. No es
sorprendente, ya que Bondy escribió las tres”. ¿Cómo comprender algo semejante?
Bondy cobra en secreto de la CIA por dirigir Preuves. Además coloca historias
favoreciendo una revista fundada y aprobada (pero no financiada oficialmente)
por la CIA. Hasta entonces, hay que decirlo, toda la falta de honestidad es de
la CIA. Paris Review se está aprovechando justa y totalmente.
Pero esto fue más
lejos cuando los planes de Aldrich de volver a EE.UU. se manipularon hacia un
trabajo en París. Había mencionado un retorno a sus jefes en Nueva York, y
ahora –en una carta del archivo Morgan– escribe a Plimpton: “Recientemente
conseguí otro trabajo (en la división de prensa) en el cuartel general de la
Guerra Fría intelectual, el Congreso por la Libertad de la Cultura. Estoy
contento allí, pero no sé hasta cuándo”. Primero tiene esperanzas de poder
realizar ambas tareas. Lo mismo Plimpton. ¿Y sugiere “contento allí” que las
tareas ya se han superpuesto?
En julio de 1960,
Plimpton –en otra carta en Morgan– escribe:
No veo ningún
motivo por el que no sea posible colaborar con Blair [Fuller, el próximo editor
en París e hijastro del editor de Allen Dulles] como ha sido posible que cuatro
o cinco de nosotros nos esforcemos por lograr un acuerdo aquí en Nueva York… La
consideración financiera es más problemática. Blair necesita y obtendrá esa
miserable suma mensual. Pero si te quedas, e infórmame rápido, tal vez pueda
organizar un pago mensual adicional. Si lo necesitas, o la remuneración del
Congreso no es suficiente… dímelo francamente y veré lo que se puede hacer.
Pero al parecer
el Congreso tiene suficiente trabajo para Aldrich. En agosto responde, en otra
carta en Morgan: “es verdad que trabajaré… muy activamente en la Comunidad de
los Combatientes por la Libertad”. Pero, haga ambas tareas o no, el trabajo
para el Congreso será bueno “para Paris Review porque no existe una revista
auspiciada por el Congreso en EE.UU. y ya que se supone que logre que aparezcan
los diversos artículos e historias publicados en Encounter, Preuves, Der Monat,
no hay motivo por el cual la ficción realmente excepcional no llegue a
nosotros”. Con escepticismo, menciona el pequeño salario que Plimpton ofrece
por hacer un doble trabajo, tanteando el terreno –parece– y alude al contrato
de la antología de entrevistas de Paris Review: “Writers at work”. Los consejos
anteriores de Plimpton sobre el dinero tal vez informarán al Congreso al
comenzar la segunda década.
En enero de 1961,
se publicó la entrevista a Pasternak con una amplia introducción que refleja el
tono jadeante del “golpe” de Aldrich y de la gran propuesta de Plimpton. Antes
de publicarla, Plimpton había consultado repetidamente a Aldrich sobre el
“portfolio” que se publicaría con ella. Pero a falta de las reacciones de los
escritores, se publica una entrevista con Robert Frost junto con Pasternak.
Mirando más de cerca la carta, veo un asterisco escrito sobre la palabra
“variedad” –donde Plimpton había sugerida una variedad de reacciones de
escritores, incluidos Neruda y otros socialistas. Al pie, otro asterisco, con
la nota: “La única variedad posible serían comunistas +…” Ahí se interrumpe la
nota. No parece escrita por la mano de Plimpton.
Notablemente,
Sartre, un socialista, había sido rechazado anteriormente para las entrevistas.
Aunque está omnipresente en las cartas editoriales después de su condena de los
soviéticos alrededor de 1956, los editores ya tenían lista una entrevista con
él, que aparentemente se rechazó. Matthiessen y Tom Guinzburg, un editor
neoyorquino y cofundador, votaron por retenerla hasta que “el contenido
literario” pudiera equilibrar el político.
En 1961,
comenzaron a llegar regularmente cheques del Congreso. Eran para las
entrevistas de Paris Review reimpresas en numerosas publicaciones oficiales del
Congreso, así como suscripciones para la oficina en París del Congreso y sus
oficinas en todo el mundo. Aldrich también trata de aprovechar las conferencias
patrocinadas por el Congreso a fin de utilizarlas para entrevistas, y espera
reutilizar artículos rechazados por Paris Review – por ejemplo artículos de
Carlisle– en revistas del Congreso.
Como se
aproximaba la salida de Aldrich, se necesitaba un editor en París. Se planeaba
que ese editor hiciera un doble trabajo en las dos organizaciones. Como indican
varias de las cartas en Morgan, sobre las cuales no se ha hablado nunca antes,
la CIA aumentó los exiguos pagos trimestrales literarios y las maneras de trabajar en conjunto ya se
habían hecho evidentes. Review debía coordinar la contratación a través de
“amigos del Congreso”. Los candidatos de Paris Review eran Frederick Seidel, el
poeta de Nueva York, y Roger Klein.
En febrero,
Plimpton escribe a Fuller y Aldrich:
Fred Seidel ha
garabateado una tarjeta postal para decir que ahora está muy interesado por el
puesto en Review, yo diría que es un cambio total muy predecible. El problema
es que mientras estaba sentado en su tienda de campaña han sugerido otro
candidato, un tal Roger Klein… un brillante joven editor de Harpers. Es
lingüista, sería una excelente alternativa… para el puesto en el Congreso, que
necesitaría para complementar su salario en Paris Review. Muy importante,
parece que está ansioso por ocupar el puesto en ambas organizaciones.
Aldrich escribe a
la oficina de Nueva York en marzo:
Si… usted propone
[a Roger Klein] para Paris Review y el Congreso, tengo que tener un currículum
vitae para mostrarle a la gente aquí. Las capacidades lingüísticas parecen
prometedoras pero tenemos que saber más de este individuo… Después de que yo
vea el currículum, la mejor política sería que se entrevistara con Dan Bell o a
algún otro “amigo del Congreso” en Nueva York. Después de pasar esa prueba no
creo que haya ninguna objeción por nuestra parte para contratarlo o compartirlo
con Paris Review.
Finalmente
Aldrich parte con las perspectivas de lo que llama “empleo conjunto” en el aire
y con el Congreso considerando otros candidatos. A finales de junio, Fuller
escribe al Congreso por cuenta de Paris Review: “Nelson Aldrich, habiendo
partido a EE.UU., ya no tenemos un vínculo directo con el Congreso”. El
Congreso responde una semana después: “Antes de partir, Nelson estaba tratando
de descubrir cuántas entrevistas se han publicado en la revista japonesa Jiyu”.
La carta indica nueve: Faulkner, Sagan, Mauriac, Moravia, Hemingway, Eliot,
Pasternak, Georges Simenon y Aldous Huxley. El Congreso también estipula que
pagará tres veces más por la de Pasternak, es decir las entrevistas con un
mayor elemento de propaganda “negativa” (para decirlo en términos de los Estudios
Estadounidenses de Yale). El dinero se ha enviado, escribe ese empleado, y
agrega: Jiyu solicita a Graham Greene,
Somerset Maugham, Kingsley Amis, Henry Green, y Arthur Miller”. Pero hay un
pequeño problema.
El puesto de
Seidel –en la medida que muestran las cartas de Morgan– comienza con su
articulación de este problema en el verano de 1961. Escribe al editor de Jiyu,
Hoki Ishihara: “El señor Ivan Kats del Congreso por la Libertad de la Cultura
aquí en París nos ha entregado una lista con una serie de entrevistas por cuya
publicación usted se interesaría. La lista menciona a varios escritores que
todavía no hemos entrevistado…” Arthur Miller, por ejemplo, no apareció en las
entrevistas de Paris Review hasta 1966. Maugham, otro escritor espía como Matthiessen,
nunca quiso aparecer en las entrevistas de Paris Review. Kingsley Amis no quiso
aparecer durante más de una década. Aparte de Maugham, no hay ninguna mención a
Miller o Amis en la correspondencia editorial para ese período. ¿Cómo hemos de
comprenderlo?
Puede darse el
caso de que, a través de Aldrich, las dos organizaciones hayan estado tan
cercanas que compartían calendarios y planes editoriales. Pero con Miller y
Amis todavía no propuestos para una entrevista, esto tampoco explicaría el
intercambio. Tal vez el Congreso investigaba qué tipo de entrevistas
resultarían. O tal vez el Congreso ejerció ocasionalmente alguna sutil
influencia sobre algunos de los escritores que Review quería entrevistar.
Parecería complicar, también, la noción misma de que Paris Review era
apolítica. Se trata de algunos de los escritores occidentales “más originales”
–para utilizar el término de Yale– buscados como diplomáticos de poder
intangible para las revistas del Congreso.
Parece que en
1962, la pregunta de los vínculos directos y el empleo conjunto volvió a
ponerse de actualidad. Irving Jaffe del Congreso invita a Seidel a hablar de un
puesto de ayudante editorial con él y John Hunt. En 1964 llega el mismo tipo de
solicitudes para la traducción de entrevistas para Hiwar, la “Revista Árabe”
del Congreso, Jiyu en Japón y reimpresiones de Sameekha en Madrás, etc. Cuando
Seidel se va abruptamente, las solicitudes van y vienen entre Anne
Schlumberger, Irving Jaffe e Ivan Kats del Congreso, y Patrick Bowles de Paris Review,
quien se hace cargo en lugar de Seidel, o Joan Moseley. Los archivos Morgan de
Paris Review /Congreso por la Libertad de la Cultura muestran que los vínculos
editoriales continuaron por lo menos hasta 1966, probablemente hasta las
revelaciones de 1967 de la influencia encubierta de la CIA. Ese año, Neil
Sheehan en el New York Times vinculó el
financiamiento de grupos estudiantiles en una historia de primera plana,
seguida por una serie asociando de modo encubierto a la Agencia con diversas
instituciones culturales. La serie condujo a la renuncia de editores como
Stephen Spender, quien afirmó que aunque había escuchado rumores, nunca había
podido confirmar que Encounter había sido realmente financiada por la CIA.
¿Entonces con
quién se estaban alineando Plimpton y Paris Review en este intento de empleo
conjunto?
John Hunt, el
posible entrevistador y empleador de Seidel en el Congreso, trabajó en una
campaña para enviar a Robert Lowell a Latinoamérica como un poeta empotrado en
la CIA. En este incidente desastrosamente ridículo mencionado por Saunders en
The Cultural Cold War, Lowell fue enviado a un tour de Suramérica en 1962 para
mejorar la imagen cultural de EE.UU. (dañada después del derrocamiento por
parte de la CIA de Jacobo Arbenz en 1954 en Guatemala y la invasión
–desastrosa– de Cuba en 1961). Los problemas ocurrieron cuando la familia de
Lowell volvió a Nueva Inglaterra y él tiró sus píldoras para la psicosis
maníaca-depresiva. Tras de una serie de martinis, se declaró “César de
Argentina”. “Después de presentar su discurso de Hitler, en el cual ensalzó al
Führer y la ideología del superhombre, Lowell se desnudó y subió a una estatua
ecuestre”. Este prolongado estallido terminó con “Lowell… finalmente dominado…
metido en una camisa de fuerza y llevado a la Clínica Bethlehem, donde le
ataron los brazos y piernas con correas de cuero mientras le inyectaban grandes
dosis de torazina”. (A propósito, Seidel entrevistó a Lowell para las
entrevistas de Review sobre el Arte de la Poesía). El año después de que Seidel
fuera invitado a entrevistarlo en París, Hunt también dirigió la campaña para
negar a Pablo Neruda el Premio Nobel.
Daniel Bell era
el “amigo del Congreso” que Aldrich sugirió que Klein o Seidel entrevistaran en
Nueva York. También era un exeditor de Fortune que utilizó sus vínculos con
Henry Luce para conseguir una cobertura amistosa en los medios para el
Congreso, sus escritores y sus argumentos. Cuando otra revista extraoficial
pero aprobada por el Congreso, Partisan Review, fue amenazada con la
eliminación de su estatus exento de impuestos, Saunders informa de que Bell
ayudó a obtener 10.000 dólares de Luce. Luce tenía una excelente opinión de
Partisan Review. “Jason Epstein [de New York Review of Books] afirmó
posteriormente que “lo que se imprimía en Partisan Review pronto se ampliaba en
Time y Life.” Pero Bell también estaba en el Comité Estadounidense del Congreso
y votó para que el Comité no censurara o condenara al senador Joseph McCarthy
por su caza de brujas o su lista negra de izquierdistas.
Junto con Irving
Kristol, Bell inventó esencialmente el movimiento político neoconservador que
inspiró a George W. Bush su desastrosa invasión de Irak. En 1965 –sin una
brecha entre sus tareas en el Congreso– su nueva revista, Public Interest, comenzó
lo que equivaldría a su implacable ataque contra la acción afirmativa y el
multiculturalismo y comenzó a propagar sus contradicciones estructurales sobre
lo que el poder gubernamental podía o no podía lograr. “Durante los 30 años
siguientes, escribieron sobre… el hecho de que era estéril pensar que se va a
encarar el crimen [en el interior] atacando las profundas raíces sociales del
crimen [es decir, la pobreza y el racismo],” me dijo Francis Fukuyama sobre los
neoconservadores en 2006. “Pero podría haberse aplicado a la política exterior
con algo parecido a una remodelación de Medio Oriente a fin de democratizarlo y
asegurarlo contra el terrorismo podría haberse considerado bastante fantasioso
según ese marco anterior”. Bell abandonó la revista, sin duda, cuando Kristol
se escoró demasiado hacia la derecha.
Josselson habría
sido el jefe de los candidatos compartidos por parte de la CIA. Aldrich
describe el efecto de las visitas de Josselson a la oficina del Congreso en
París como un pequeño “ajetreo” que afectaba el lugar. Junto con Spender,
Nabokov, y Bondy, Josselson estableció Encounter en el Reino Unido, hay que
repetir, con Christopher Montague Woodhouse, el agente de inteligencia
británico. Después que Encounter estuvo instalada y funcionando en junio de
1953, Woodhouse orientó su atención a su otro proyecto de ese año, el
derrocamiento del presidente elegido democráticamente Mohammed Mossadegh de
Irán. En agosto, ese golpe de Estado –concebido por los británicos por la
expulsión de British Petroleum, sugerido a los estadounidenses y supervisado
desde el lado británico por Woodhouse– fue el primer derrocamiento exitoso de
un gobierno extranjero perpetrado por la CIA. Encabezado por el lado
estadounidense por Kermit Roosevelt de la CIA, también involucró intensiva
propaganda combinada con el soborno de los militares iraníes.
Por cierto,
alguien podía estar vinculado al Congreso sin saberlo, o vinculado, sin
comprender totalmente la escala y el alcance de proyectos que algunos en la
vasta jerarquía secreta estaban dirigiendo. Muchos escritores de esa época
indudablemente estuvieron vinculados a ese vasto aparato, y algunos obviamente
no sabían que el Congreso era hijo de la CIA. Al aceptar dinero por entrevistas
y compartir personal con el ala de propaganda cultural de la CIA, no es como si
Plimpton y Aldrich estuvieran derrocando a sabiendas gobiernos en Irán o
Guatemala, o –hay que decirlo– que fueran responsables de las cosas que la
gente que les pagaba dinero dijeran o hicieran posteriormente. El presupuesto
total de 1950 para la guerra psicológica –unos 320 millones de dólares de los
actuales– se cuadruplicó durante los dos años siguientes, escribe Saunders. La
parte correspondiente a Paris Review –lo poco que encontré en las cartas de
Morgan– eran migajas.
Pero la
afirmación de Matthiessen de que se salió de la CIA antes de “las cosas sucias”
es falsa, si se considera que las inmundas hazañas de la CIA de finales de los
años cuarenta y principios de los cincuenta fueron repugnantes. De una u otra
manera, un sistema secreto de patrocinio, pagado por el contribuyente sin
debate público, parece que ha existido.
Y a pesar de que
las revistas del Congreso eran bastante contundentes en la diversidad que
contenían, en algunos casos no se recibía pago si se iba estructuralmente más
allá del punto de vista oficial del gobierno. Si se trataba de ser crítico, en
cuanto al papel del Cuarto Poder –y se subrayaba las trasgresiones de su propio
lado– era evidentemente más probable que no se accediera al patrocinio. Aldrich
describe el modo de pensar de entonces: “En esos días la CIA tenía muy buen
olor para todos. No se había desprestigiado en la Bahía de Cochinos y todo lo
demás. Era un vástago, todos lo sabíamos, del OSS, y ahora estaba alineada
contra la amenaza comunista que era palpablemente real en París en esos días.
Había toda esa palabrería sobre los tanques en el Vístula listos para
conquistar Europa, lo que resultó un montón de basura. [Pero] los que mandaban
lo creían”.
Paul Berman, para
empezar, no veía ningún motivo para avergonzarse por el rol del Congreso en
esos días. “Pienso que el Congreso por la Libertad de la Cultura hizo un gran
trabajo”, escribió en un email. “La CIA fue estúpida al ofrecer subsidios
secretos, todo debería haberse financiado abiertamente. El dinero privado lo
habría logrado. No pienso que las revistas hayan hecho algo siniestro, al
contrario. Jugaron un papel noble en Europa”. En otro email agrega: “Considero
que es sorprendente que haya quien siga objetando al CLC. ¿No es obvio que la
causa del anticomunismo, en sus versiones liberal y socialdemócrata, era una
causa muy buena?”
A pesar de todo,
mientras Paris Review planificaba un empleo conjunto con el Congreso, otras
pequeñas revistas que operaban en los años sesenta, como Ramparts y Evergreen
Review, junto con su edición de alto calibre literario, también fueron
valerosas en su crítica de la burocracia de la vigilancia y sus vínculos con la
propuesta estadounidense y la Guerra Fría. Como resultado, ambas fueron
vigiladas. Evergreen, publicada por Grove Press, incluso fue atacada con
bombas. Barney Rosset, su editor, sospechó que la CIA (o exiliados cubanos que
trabajaban para la CIA) había cometido el atentado. En el documental Obscene
dijo que pensaba que detestaron la publicación por la publicación de los
diarios del Che Guevara, capturado y asesinado por la Agencia en 1967.
¿Lo sabía
Plimpton? Esa pregunta siempre se formuló con respecto al servicio a la CIA de
Matthiessen. “Doc” de Immy Hughes deja claro que sabía por lo menos desde1966,
cuando Matthiessen dijo a Harold “Doc” Humes, otro cofundador de Paris Review:
“Él y Matthiessen eran muy buenos amigos”. Leer la temprana carta de
Matthiessen a Plimpton, lanzando la posibilidad de patrocinadores anónimos, es
atribuir ingenuidad o secreto a Plimpton.
Sin embargo, a la
vista de las cartas de Morgan de principios de los años sesenta, la pregunta
toma otra forma: ¿Sabía Plimpton que la CIA financiaba el Congreso y sus
revistas, con las cuales buscó vínculos? De nuevo, probablemente lo sabía.
Cuando Aldrich indicó a Plimpton que “temblaría” al pensar lo que el Congreso
de EE.UU. haría si descubría que USIS, otra agencia de propaganda en el
extranjero, estaba comprando copias de Paris Review, demostró que conocía las
reglas de la propaganda. Más adelante, en otra carta, califica al Congreso por
la Libertad de la cultura de cuartel general de la Guerra Fría intelectual. Por
ello, parece haber sabido, y ambas cartas fueron escritas a Plimpton. Cuando lo
llamé, Aldrich dijo que “por cierto” él [Aldrich] sabía que el Congreso era la
CIA. “Todos conocían los rumores”. Luego distinguió; él sabía “efectivamente,
si no literalmente”. ¿Por qué no lo sabría Plimpton?
Por lo tanto a
principios de los años sesenta Paris Review estaba colaborando con una
organización cuyas actividades clandestinas –junto con el derrocamiento de
Mossadegh, que condujo a la Revolución Islámica de 1979 de Ayatolá Jomeini, la
crisis de los rehenes y la fatua de Rushdie– había incluido el amaño de las
elecciones italianas de 1948, el refuerzo de la derecha en Grecia ese mismo año
(ambos podrían denominarse golpes de Estado blandos; el derrocamiento del
presidente guatemalteco Jacobo Arbenz en 1954 (que radicalizó al Che Guevara,
que presenció el golpe); y los eventos que condujeron a la Guerra de Vietnam.
No es justo responsabilizar a Paris Review de nada de esto, si no fuera por las
afirmaciones de Matthiessen de que los lazos de Review se soltaron antes de que
empezaran las cosas repugnantes o por el hecho de que Plimpton no revelara los
vínculos que siguieron existiendo.
Cofundador de
Guernica, Joel Whitney es un escritor de Brooklyn cuyos trabajos aparecen en
The New York Times, The New Republic, World Policy Journal y The Paris Review.
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